Homo sum et nihil humanum a me alieno puto

viernes, 19 de febrero de 2010

La dignidad del fútbol (en memoria de Luis Molowny)


Hoy en día el mundo del fútbol se ha convertido en uno de los símbolos del capitalismo desmesurado que rige el mundo y del egoísmo y banalidad con los que éste impregna a la sociedad. Las cantidades de dinero que se mueven en fichajes, sueldos, marketing, etc. resultan groseras, inmorales. Y bien es cierto que, además, en muchas ocasiones el fútbol, junto con otros productos inocuos (telebasura, tecnología popular como coches de alta gama o teléfonos móviles...), conforman el actual panem et circenses hábilmente manipulado por multinacionales y otros poderes en la sombra con el fin de tener a la población anestesiada para garantizar la impunidad de sus tejemanejes. Sin embargo, existe un mundo del fútbol diverso, todavía fiel a los valores que le han dado carácter como deporte rey en buena parte del mundo. Existe un fútbol digno.

Hace una semana falleció, a los 84 años de edad, Luis Molowny, mítico jugador del Real Madrid de finales de los 40 y los 50 y aún más mítico entrenador del Madrid de mediados de los 70 a mediados de los 80, querido por jugadores y afición como el hombre de la Casa, sencillo y trabajador que era. Molowny es el mejor ejemplo de lo que es un hombre de fútbol, y de lo que significa la dignidad de este deporte. Molowny, del que yo supe por los entusiastas relatos de mi padre, nunca deseó tener mayor reconocimiento que el de sus propios jugadores. Su pasión era el fútbol,;su vida, el Real Madrid, entendido no como un club ganador, sino como una comunidad de personas unidas por un sentimiento que es difícil de explicar: el honor, el sacrificio, la entrega, el respeto... Esto hoy en día, en la vorágine millonaria y desmedida que es el fútbol, no parece sino mera palabrería.
El fútbol sólo debería ser eso, fútbol. Yo estoy de acuerdo con eso. No hay que sacar las cosas de sus casillas. Y sin embargo, no dejo de pensar en una frase de Albert Camus en la que reconocía que "todo lo que sé acerca de la fraternidad humana, lo he aprendido del fútbol". Camus, que fue un meritorio portero de fútbol amateur en su juventud, no habría dicho cosa semejante, quizá, si aún siguiera con vida. O puede que sí: el fútbol todavía conserva otra cara, la de las pachangas de barrio, entre amigos, la de los equipos amateurs, la de la tertulia de bar. En fin, la de un deporte colectivo, en el amplio sentido de la expresión. No quiero realizar aquí ningún panegírico, pero personas como Molowny, ahora ya inmortal, me recuerdan -nos deben hacer recordar- que todo aquello que acerque a las personas, que tienda puentes de unión sinceros, merece la pena. A pesar de las manipulaciones y los intereses a los que está sometido, el fútbol aún conserva la esencia del deporte: la superación humana. Y esa vocación, ese ansia de superación, de ser mejores, siempre hubo que buscarla donde Molowny y otros sabios como él supieron estar: en el segundo plano, el plano donde reside sin velos la dignidad.