Homo sum et nihil humanum a me alieno puto

lunes, 8 de septiembre de 2008

Memorias de Adriano




Continuando con mi intención de comentar las que a mi parecer son las mejores novelas históricas, hoy voy a referir algunas impresiones que ha vuelto a suscitar en mí la lectura de una de las obras maestras no sólo de la literatura del siglo XX, sino de la historia, Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar. Al releer esta obra maestra he vuelto a conmoverme con las profundas reflexiones que la autora pone en boca de su personaje y a deleitarme con la sutileza y elegancia de su estilo. Obras como ésta son las que han elevado la literatura en todas sus facetas.

Aquellos que me tratáis, sabéis de mi admiración por el emperador Publio Elio Adriano -nacida hace varios años de la lectura de esta novela precisamente y confirmada por lecturas posteriores como la rigurosa biografía de Adriano hecha por Anthony Birley-, pero el placer que supone la lectura de Memorias de Adriano no se limita a la aproximación que Yourcenar hace al personaje. El gran conocimiento que Yourcenar demuestra del mundo clásico le proporciona el camino para realizar el magistral retrato psicológico de este hombre extraordinariamente activo, perspicaz, sensible al mundo y a la vida, que cultivó todas las artes y estuvo siempre abierto al conocimiento.


En determinados momentos de la narración, Yourcenar logra aproximarse mucho a las opiniones de Adriano verosímil, haciendo que el personaje se exprese con gran fuerza vital, para acabar siempre trascendiéndolo, confundiendo su probable voz histórica con la más universal del humanista. Hecho éste que convierte Memorias de Adriano en una pieza literaria única y cimera.


El humanismo, como bien dice Bianchi Bandinelli en un artículo del cual yo he publicado en este blog, anteriormente, varios fragmentos escogidos, nace en la Grecia clásica y se plasma en la corriente filosófica sofista así como en el arte: el hombre es el centro de atención, la medida de todas las cosas, y se plantea que es a su dignidad y a sus necesidades vitales y espirituales hacia donde se debe dirigir el conocimiento. El hombre nunca debe olvidar al hombre. Las corrientes filosóficas en alza desde inicios del siglo III a. C (el estoicismo, el epicureísmo), centradas en el plano ético, mantendrán esta atención a los problemas del ser humano, y de ellas beberán muchos de los grnades hombres de Roma: Cicerón, Séneca, el propio Adriano, Marco Aurelio... No obstante, Adriano sobresale entre ellos por su admiración por el mundo griego y por haber vivido libremente.


Adriano fue libre -superando los prejuicios de su tiempo, o cargando con ellos- para pensar, amar y crear, no por ser el princeps (lo que suponía, en contra de lo que en un primer momento se podría imaginar, una restricción del deseo personal mayor que la de un simple particular), sino por su forma de afrontar la vida, amándola plenamente aunque rigiéndose por una ética meditada y un comedimiento necesarios, en una actitud parecida a la del epicúreo y la del estoico, pero sin la evasión del mundo que pretendían ambas escuelas (y por lo que nunca se ha encuadrado a Adriano en ellas definitivamente). Un hombre tan libre como para atreverse a enfrentarse a sí mismo al final de su vida, rindiéndose cuentas en una ficción que, sin embargo, parte del hecho de que existieron unas memorias, hoy perdidas, que el verdadero Adriano realmente escribió. La gran intuición de Yourcenar fue ver esa naturaleza de hombre libre en Adriano; su maestría consistió en aprovecharla para acabar escribiendo un conjunto de reflexiones acerca de la vida, la muerte, la naturaleza humana y sus pasiones con un carácter universal y de hondo calado. El Adriano histórico es una figura muy interesante, que ejerce gran atracción en el historiador, en el humanista, pero la Marguerite Yourcenar oculta tras su personaje, que se halla en las reflexiones que pone en boca de éste, no lo es menos. Su obra es el mejor monumento que se le ha podido erigir al humanismo y un verdadero hito literario; comprenderéis mejor ahora, por tanto, el entusiasmo que demuestro por Memorias de Adriano.









1 comentario:

Nacho dijo...

Como cualquier bella y profunda crítica de una obra de arte, ésta se revaloriza con la apreciaciones críticas y sensatas de una mente sabia. Suele pasar en esta vida y así reedescubrimos cosas ya vistas y aparentemente ya conocidas, que al ser alumbradas bajo diferentes luces enseñorean la riqueza de contenidos que encierran. ¿O será que sosmos nosotros que vemos lo que queremos?, casi como la imagen que nos devuelve el espejo. ¿La gente que ya ha leído esta obra lo verá de la misma forma la gente que ya lo ha leído?, ¿cómo se enfrentarán las mentes que se sumerjan en las páginas de la obra por vez primera?. Ayyyyyyy, "esta pobre alma mía" te observa, o lucense, y ve un historiador con alma de poeta. ;)